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Fueron traídos, pues, los vasos de oro que habían robado del templo de la casa de Dios en Jerusalén, y bebieron en ellos el rey, sus magnates, sus mujeres y sus concubinas.

Bebieron vino, y alabaron a los dioses de oro, de plata, de bronce, de hierro, de madera y de piedra.

De pronto aparecieron los dedos de una mano de hombre, que escribía delante del candelero sobre el encalado de la pared del palacio real; y el rey veía el extremo de la mano que escribía.

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